No suelo publicar este tipo de entradas fugaces y tirapiedras, pero de camino a mi oficina me encontré con este mensaje graffiteado en una parada de bus y no pude evitar sacar una fotico con el teléfono para dejar un registro.

Cada día son más los gobiernos que ceden ante el peso del lobbying de las corporaciones que impulsan la creación de leyes de copyright con el fin inmediato de impedir y penalizar el uso no autorizado de contenido protegido. Si bien el objetivo principal es salvaguardar y proteger la autoría del contenido intelectual, estas leyes se convierten al mismo tiempo en un instrumento para alimentar la maquinaria de la amenaza, la autocensura y la guerra psicológica en contra de sus propios usuarios. (Actualización: Incluso prácticas más oscuras como la extorsión “El negocio del copyright: demandan a 175.000 usuarios para que paguen sin juicio de por medio“).

Hasta este momento, hemos vivido siempre en una cultura de la remezcla y de la copia, cuyo principio fundamental ha sido la práctica de crear a partir de algo que existe… Pero en menos de 30 años hemos ido perdiendo esta libertad. No hablo del extremo de permitir que todo contenido pueda ser descargado libremente, ni mucho menos a celebrar la buhonería de la piratería que prolifera en nuestro país y en tantos otros, sino de nuestra capacidad y tendencia creativa innata de tomar algo y construir una cosa distinta a partir de ello: simplemente traten de hacer algo tan inocente como cargar un video familiar en YouTube utilizando como soundtrack su canción favorita, y en la mayoría de los casos habrán pasado la delgada línea que los convierte en criminales.

Las grandes disqueras, estudios y distribuidoras cinematográficas desean que seamos fanáticos de las bandas que promocionan, de los blockbusters en 3D que se lanzan cada mes; quieren que utilicemos sus camisetas a la hora de dormir y comentemos (y por supuesto, compremos) con emoción sus nuevos teléfonos inteligentes, pero basta que intentemos remezclar sus canciones, editar nuestra propia versión de una película o instalar aplicaciones “no oficiales” en el móvil, para que seamos tildados de “piratas”. Así es como de un momento a otro -en tan sólo 30 segundos durante los cuales colgamos el video de nuestro gato saltando en una caja mientras sonaba de fondo una conocida canción electrónica de los 90- nos convertimos en mercenarios con pata de palo, garfio y un loro sobre el hombro, lanzados al abordaje para saquear, violar y destruir todo a nuestro paso.

Nos vemos obligados a soportar el peso de la publicidad de estos productos en cada espacio público disponible… como esta parada de bus, pero no podemos utilizar sus propias herramientas para contestarles ¿O sí?

El Arte de Calle parece estar allí para recordarnos que la ciudad es un gran lienzo.

Sé que muchos de ustedes tendrán lecturas muy diferentes de las mismas 7 palabras del graffitti -incluidos temas políticos y tal vez hasta verlo como vandalismo normal y silvestre o destrucción de la propiedad pública…

De cualquier manera, aquellos interesados en profundizar sobre este tema, no dejen de leer Cultura Libre, de Lawrence Lessig (el cual puede ser descargado bajo licencia Creative Commons, totalmente gratis, aquí), así como el célebre No Logo de Nahomi Klein (ver reseña).

Nota: Dedicado a todos aquellos que se juegan el pellejo cada día, realizando intervenciones urbanas y arriesgándose a cosas mucho más graves que un email con una amenaza de demanda por violación de copyright.