Los seres humanos tenemos conexiones muy particulares con nuestros entornos. Hacemos a las ciudades extensiones de nuestros cuerpos, rutinas y vidas. Nos amoldamos a sus súper estructuras y al mismo tiempo vamos dejando algo de nosotros. Robándome una frase de Ghost in the Shell: Innocence, las convertimos en “inmensos dispositivos de memoria”.
No hablo sólo de las “grandes edificaciones” sino de aquellos recovecos que por el tránsito de las millones de almas que las han circulado, van absorbiendo nuestras historias hasta tener una personalidad propia. En Caracas, nombres como Maripérez, Los Palos Grandes y El Callejón de la Puñalada, parece que arrastrasen un significado oculto y remoto, pero fue hace tan sólo medio siglo cuando por la herencia y tradición de un personaje, la fuerza de un paisaje o el amarillismo de un evento truculento, se ganaron sus títulos y reputación.
Con el tiempo, las ciudades cambian, mutan y se adaptan a nuestros pasos: de los caballos a los tranvías y de allí a los autobuses, de las casas con portones, zaguanes y patios, a los rascacielos modernos con paredes de cristal. Aunque se puede pensar que las destruimos poco a poco, en realidad vamos llenando al mismo tiempo sus resquicios con nueva arquitectura y nuevas ideas. Son pues, eternamente longevas y estáticas, pero en constante renovación.
El artista alemán Jan Vormann tiene una manera particular de intervenir estos espacios públicos: incrustando astillas lúdicas como piezas de lego y espejos, en paredes y muros cargados de la historia más antigua.
Las imágenes que ven a continuación forman parte del proyecto colectivo 20 Eventi, realizado en el pueblo de Bocchignano, cerca de Roma, Italia.
Dispatchwork por Jan Vormann (Bocchignano, Roma, 2007)
Dispatchwork por Jan Vormann (Bocchignano, Roma, 2007)
Dispatchwork por Jan Vormann (Bocchignano, Roma, 2007)
Dispatchwork por Jan Vormann (Bocchignano, Roma, 2007)
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Vía Design You Trust
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