Una de las cosas que más me sorprendieron al llegar a Venezuela, fue la riqueza en la interacción de manifestaciones culturales tan diversas, que van de los excesos tecnológicos a la muestras más profundas de fe. Es común ver personas que compran tarjeticas de oraciones adornadas con comiquitas de Piolín, para enviarlas como mensajes de texto a través de sus BlackBerrys. Son las tradiciones milenarias que se mantienen vigentes a través de la tecnología y la publicidad masiva.
Cerca de mi casa en Baruta puede verse este nicho de una virgen de Nuestra Señora de Coromoto. Cada día los vecinos se detienen a persignarse y a dejar con sus dedos un beso sobre el pequeño monumento.
Resulta que el propósito real de haber colocado este nicho de manera tan estratégica, es evitar que los vecinos inunden el sitio de basura, una esquina de alto tráfico peatonal.
Es gracioso pensar que esto mismo ocurría en la alta edad media, en donde, con una población casi completamente analfabeta y faltos de infraestructura de aguas blancas y negras, era común que a uno le mearan la puerta de la casa. El único método era pues, pintar exvotos o retablos de iconos religiosos, el lenguaje universal del respeto, que nadie se atrevería a profanar.
A aquellos que quieran investigar un poco más acerca del tema, les recomiendo el libro “Ornamentos y Demonios” de Carlos Silva.
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